Sin santidad nadie verá a Dios

18.06.2012 16:59

 

“Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.”


Para desarrollar un tema como la santidad, me es necesario primeramente reconocer que esta es una cualidad de Dios. Dios es Santo, y esta característica del Señor es la que mantiene al hombre separado de Dios, ya que nada que tenga pecado puede entrar en la presencia de Aquel que vive en medio de la perfección: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria.” (Is.6:3) Esta santidad implica separación de toda la corrupción e impureza en la que se debate el hombre. Notemos algunas de las  descripciones que se nos hacen respecto a las características que son propias de Dios: “Sumamente pura es tu palabra, y la ama tu siervo.” (Sal.119:140) “…el bienaventurado y solo Soberano, Rey de Reyes, y Señor de Señores, el único que tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver, al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén.” (1Ti.6:15-16) Podremos apreciar en estas características de pureza e inaccesibilidad, cuan imposibilitado se halla el hombre de acercarse a Dios por sus propios medios. Pero, gracias sean dadas a Dios que ha buscado al hombre y en su misericordia le llama a salir del mundo, mostrándole el camino para llegar a esa perfecta comunión, como un pueblo único sobre la tierra: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos.” (Lv.20:26) Por lo que, todo aquel que cree y recibe este llamamiento, será apartado para Dios y pasará a formar parte de este pueblo único que comenzará a ser santificado por medio de Jesucristo y la palabra de Dios.


La única forma de santificar al hombre es por medio del perdón de pecados, para lo cual fue necesario el sacrificio de Cristo; la justicia de Dios demandaba la muerte del pecador, por lo que para salvar al hombre, Dios entregó a su propio Hijo en propiciación por nuestros pecados. Al pagar la deuda, el hombre que recibe a Jesús se encuentra perdonado y libre de culpa, por lo que es llamado santo, esto es, apartado para Dios. Entonces es llamado a seguir a Cristo para llegar a ver a Dios. “Y habrá allí calzada y camino, y será llamado Camino de Santidad; no pasará inmundo por él, sino que él mismo estará con ellos; el que anduviere por este camino, por torpe que sea, no se extraviará.” (Is.35:8) Este camino de santidad es el trayecto que el creyente debe transitar para llegar hasta la gloria de Dios; en este camino será lavado por la palabra de Dios; será lleno del Espíritu Santo; y por medio de diversas pruebas, será purificado por medio del bautismo en fuego. Así el Señor estará santificando la vida de su pueblo hasta una completa purificación. “Más ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna.” (Ro.6:22) “como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo.” (2P1:14-16) Es por tanto la santificación una necesidad imprescindible para la salvación. No puede ser que pensemos entrar en el reino de Dios sin santidad.


Ahora, no debemos pensar que nosotros nos podemos santificar por nuestras propias fuerzas, o que tenemos algún motivo de gloria por ser santos. Tanto la salvación como toda santificación es una obra de Dios que se alcanza por gracia y no por la capacidad humana. “…nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo.” (Tit.3:5) Es por lo tanto, la santificación una obra completamente hecha por Dios y que se alcanza por medio de la gracia que nos es dada en Jesucristo, Señor nuestro. Es él el que padeció la cruz para perdonar nuestros pecados por medio de aquel sacrificio; y también nos santifica por medio de la obediencia a la palabra para ir limpiando nuestros corazones de malos deseos y de las concupiscencias de la carne. “En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.” (He.10:10) Cuando podemos reconocer santidad en una vida, debemos saber que esa santidad no es producto de obras propias que le hagan ser digno de alabanzas o reconocimiento alguno; sino que el ser santo, es por la gracia de Dios, que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros y nos salvó sin tener mérito alguno. Nos perdonó todos los pecados, y nos llama a seguirle por un camino de santidad, en el cual estará limpiándonos progresivamente de toda iniquidad.


Si notamos como se refiere el apóstol Pablo a los hermanos que estaban en Corinto, podremos comprender que ser santos no significa ser perfectos, sino haber experimentado el perdón de pecados en Cristo; y de ahí en adelante, seguir el camino a fin de ser santificados en todo. “Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y el hermano Sóstenes, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro.” (1Co.1:1-2) Obviamente, el término “santo” no está aplicado a personas fallecidas, ni alcanzan dicho nombre por hacer algún tipo de milagro. Esta práctica religiosa está en absoluta contradicción con el sentido escritural de la santidad. Todos los congregados en Cristo Jesús son llamados santos; como ya lo hemos dicho, no por sus obras sino por la gracia y misericordia de Dios, que les perdonó en Cristo y les apartó de las contaminaciones del mundo. Notemos que somos llamados para avanzar siempre en este proceso de santificación. “El que es injusto, sea injusto todavía; y el que es inmundo, sea inmundo todavía; y el que es justo, practique la justicia todavía; y el que es santo, santifíquese todavía.” (Ap.22:11) Ahora, ¿cómo podemos ser santificados cada día más? Todo esto es por medio del conocimiento de la voluntad de Dios, la fe en sus mandamientos, y la convicción de saber adónde vamos y en quien hemos creído. “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad.” (Jn.17:15-17) Es la palabra de Dios que al venir a nuestro corazón, nos va limpiando de toda maldad, mal pensamiento, y en general, todas las obras de la carne. Además de la palabra, también Dios usará la disciplina para tratar con nosotros. De la misma manera que nuestros padres terrenales nos disciplinaban por amor, así también Dios disciplina a todo aquel que toma por hijo, a fin de hacerlo partícipe de su santidad: “…pero éste (Dios) para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad.” (He.12:10b) Si queremos alcanzar la vida eterna y participar del reino de gloria, debemos alcanzar toda santidad, porque Dios es santo, y él habita en medio de la santidad.


Si bien la salvación es por causa de la fe, y nada más que la fe; la evidencia de que la fe que tenemos es verdadera, que es una fe viva, será la manifestación de la santidad en nuestro ser. Eso ha de ser el fruto que hable del tipo de simiente que ha sido sembrada en nuestro corazón. “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto de vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo.” (2Ts.2:13-14) Es por lo tanto, la santidad un requisito para ser salvos y participar de la gloria venidera: “Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor.” (He.12:14) Esta es una palabra clara, definida, que no deja lugar a dudas. Dios es santo, santo, santo, por lo que para morar con él nos es necesaria la santidad, la pureza, la transparencia de corazón. El Señor viene con juicio, viene con ira para castigar a todos los desobedientes; por lo que es necesario andar en el temor de Dios y en reverencia todos los días de nuestra vida: “Puesto que todas estas cosas han de ser desechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa y piadosa manera de vivir, esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos, encendiéndose, serán desechos, y los elementos, siendo quemados, se fundirán! Pero nosotros esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia.” (2P.3:11-13) Por lo tanto, amados del Señor Jesucristo, apartaos de toda especie de mal y practicad la justicia y la santidad hasta que él venga. Amén.